miércoles, 10 de febrero de 2016

Avelina Lésper: DÉSPOTAS Y MEDIOCRES

Avelina Lésper: DÉSPOTAS Y MEDIOCRES: DEL TRABAJO Y LA OCIOSIDAD

El trabajo es el gran valor del arte y de las sociedades que buscan la valoración de los individuos por sus méritos. La Revolución Francesa fue el primer movimiento social que estableció que los nobles no tenían virtudes por encima de los ciudadanos, y que tampoco tenían privilegios superiores. Estas virtudes, como lo es la gracia cristiana, eran dadas por dios. La guillotina demostró con filosa certeza la falsedad de estas ideas. El arte y el trabajo son intrínsecos, el artista hace. Sus obras son resultado de aprendizaje, largas meditaciones, bocetos, ideas que corrigen o tiran, que llevan a una cadena de búsqueda y pruebas que desemboca en una obra, que la final puede ser fallida o exitosa. Esto es, trabajo. Miguel Ángel les decía a sus asistentes como único consejo estético: Laborare, laborare.
Llegó el arte contemporáneo y sus artistas son la nueva tiranía moderna que no trabaja y cuyo estatus de artista es un designio divino, metafísico. Ellos solo piensan, son como la corte de María Antonieta que vivía en la ociosidad porque eran privilegiados y resultaba una bajeza el trabajo. No tenían que aprender nada, no tenían que saber nada, se jactaban de su ignorancia, de su displicencia, se burlaban de los necios que se empeñaban en buscar el conocimiento, y por eso llegó la revolución sin que supieran bien que estaba sucediendo. Condenarlos a la guillotina fue una medida de salud pública, como estipuló Robespierre, para impedir que la sociedad siguiera enferma.
Aprender a dibujar es un camino largo, pintar un lienzo es intentar resolver un problema, habitarlo, rasgarlo con el color o la forma; ser artista contemporáneo no es el resultado de una formación, pues se materializa por decreto, como la nobleza, como las dictaduras, porque pueden hacerlo. Ya lo analizó el Marqués de Sade, el abuso del poder es la forma de demostrar quién manda y de ejercer el despotismo sobre los demás. El arte es lo que un grupo decida y es una imposición que debe acatar el resto que se queda fuera de su círculo. Este artista, privilegiado, ocioso, arrogante, tiene el apoyo institucional y del mercado para ejercer el poder, sin la sucia intromisión de la actitud crítica de los que observan. Para los dictadores y los nobles, la crítica que no es su cómplice, es su enemiga. La crítica de arte se somete al sistema de producción como al partido en el poder: aceptando y divulgando el discurso oficial. Por gracia de su situación de artistas, como los nobles absolutistas, sus enfermedades o vicios, su inclinación por la vulgaridad, el enaltecimiento del racismo o la violencia, la denigración del erotismo y la sexualidad, hasta las ocurrencias elementales y sin inteligencia, resultan ejemplares y admirables. Este artista no toca la obra, no la realiza, toma lo que sea y lo convierte en pieza de museo, manda hacer sus obras a otros que llama “artesanos”. Si se involucra en la factura dictamina que sus decisiones son correctas, que el resultado siempre es arte y que no está sujeto a una jerarquía de valores que cuestionen el contenido, el resultado de la obra o la calidad. La obra valida al artista como tal en la medida que menosprecie el mérito del trabajo. El trabajo es denigrado, las clases inferiores trabajan, el artista que hace es inferior al que piensa. Reduce el trabajo a una actividad que no implica proceso intelectual. El desprecio no solo abarca a los artistas verdaderos, es una ofensa a la sociedad trabajadora en general. El artista es un absolutista incuestionable. Eso es comprensible, los cuestionamientos derrumban dictaduras y llevan nobles al exilio o la guillotina.


DE LA BANALIDAD DE LAS IDEAS.
La forma más efectiva para distraer de los problemas más serios es abordarlos con banalidad y frivolidad. Reducirlos a su mínima expresión. El arte contemporáneo es un predicador de soluciones para cambiar al mundo. Soluciones infantiles, superficiales, que hacen que el problema se vea casi inexistente. Por eso el poder convive con gran comodidad con estas obras porque hacen del arte una ONG del discurso oficial. Sus transgresiones son berrinches adolescentes, la visión de mundo es simplista. Si algo como el narcotráfico se ha reducido a parafernalia costumbrista, si la desigualdad social brutal y cruel que tenemos son paredes cubiertas de pan, si el poder y el imperialismo siguen siendo orejas de Mickey Mouse, logos de empresas multinacionales, si la violencia intrafamiliar y machista son platos con palabras escritas y una cerveza en una mesa, pues que mantengan a los artistas porque sus críticas son tan blandas que representan un placebo cómplice y entreguista.
Recortes de periódicos, encabezados de diarios, el discurso del arte tiene un nivel inferior al de un trabajo escolar de secundaria. Esta banalización de los problemas es un síntoma de la poca implicación social que tienen. El arte contemporáneo es, por encima de todo, elitista. Pretender que la sociedad tiene que pagar y aplaudir porque alguien se orine en público, o acepte que un bloque de cemento tiene cualidades supra físicas, es arrogancia social y lo que denuncia es su sentimiento de prepotencia ante su condición artificial de artistas. Esta minoría de edad intelectual en la que se asientan los artistas resulta una ventaja para el Estado, porque le da la coartada de que apoya al arte y a sus “nuevas expresiones” -que ya tienen cien años, todas- y mantiene adormecida a la verdadera conciencia colectiva. La injusticia y la violencia en las prisiones son fotos de llaveros, y demás pequeñeces personales, es una obra que pagan gustosos un banco o un corporativo, porque su frivolidad encubre las verdaderas intenciones de evasión de impuestos y posicionamiento social que necesitan para tener más poder. Por eso todas estas obras que se supone que hacen crítica y que son predicadores light de la “realidad social” son patrocinadas sin problemas por los oligarcas, porque nunca son incómodas al sistema. Este arte es la droga más sofisticada que se ha inventado, tiene anestesiada a la sociedad, y hace alucinar a sus adictos haciéndoles creer que son artistas. Y como en la guerra del opio: dales más, hazles creer que lo son para que no piensen. Si algo sostiene al poder es tener ciudadanos que no cuestionen, que vivan en la comodidad del silencio y la ignorancia.


DE LA MANIPULACIÓN DEL PENSAMIENTO.
El gran discurso retórico de este arte es: “Si no te gusta es porque no entiendes”. Es el despotismo de un grupo sobre la sociedad entera. El aparato burocrático que exige es para una minoría que desecha el parecer de la sociedad ante sus pobres resultados. La sociedad que paga los museos con sus impuestos, está marginada de las manifestaciones de estos artistas, porque no está calificada para presenciarlas. Este arte es antisocial. Para el poder la voz popular es una pesadilla, porque por elemental matemática los desprotegidos, siempre son mayoría, y esto es un espejo que nunca hay que mirar. Los que están fuera de los beneficios del poder somos casi todos, y esos no deben tener ni voz ni presencia. El sistema del arte contemporáneo es igual, con su poca vocación social, que explota recursos, necesita infraestructuras complicadas, crea obras efímeras que expolian a las instituciones y no crean acervo, lo que menos quieren es que le gente opine sobre sus resultados y lo que hacen. Entonces los descalifica, no tienen ni la preparación, ni la inteligencia, para exponer su opinión. Todas las obras son válidas, pero ninguna crítica es válida. Elogios, como a los reyes, bendiciones como a los príncipes, dinero como la los bancos. Eso es lo que necesitan.



DE LA EXALTACIÓN DE LA SOCIEDAD DE CONSUMO.

"Rich people decided in the beginning of the year that they had plenty of money to spend."
Marc Porter, presidente de Christie's America.El consumismo es la libertad del capitalismo. Tener el poder adquisitivo de consumir, comprar es lo que reivindica a este sistema económico. Comprar es el orgasmo más correcto que se puede tener: sin contacto físico, sin riesgo de contagio de enfermedades y además es recompensado, porque el que compra vale lo que gasta. En la pirámide del capitalismo, la pobreza es un crimen y la riqueza es el pináculo de la gloria. Lo que consume una persona es una carta de presentación. El arte contemporáneo ha llevado el consumo a límites que antes nadie hubiera imaginado. El alarde de riqueza que da pagar por basura precios estratosféricos es una de las demostraciones capitalistas de más violencia y agresividad social que existen. En la compra no interviene el gusto o el placer de mirar una obra, interviene el precio, la relación de fatuidad y costo. La demostración burguesa de imponer el mal gusto porque el que decide la moda es quien puede pagarla. Los precios se disparan por cosas que en su valor real y objetivo es de apenas unos dólares, pero lo que lo lleva a cotizarse en millones es la especulación y el capricho. No es una revolución estética. Es una infraestructura comercial en la que se suben los precios para imponer un estatus de valor inexistente. Este arte representa lo que cuesta, lo que alguien estuvo dispuesto a pagar, ese es todo su valor. El Estado invierte como un alarde de su bonanza económica, y pagan obras que nunca representan acervo, el dinero se despilfarra en obras efímeras o invisibles. Hay que comprar más porque de lo expuesto nada queda, creando una cadena de consumo que se evapora pero que demuestra que ese gobierno invierte. Esto es moda y su sistema de marketing funciona igual que en los objetos de consumo, entonces los artistas tienen que ser nuevos, en eso estriba la obsesión con la juventud o la novedad. Todas las obras son en esencia iguales, así, por lo menos la persona sea diferente. Vemos desfilar artistas que de un año a otro desaparecen de los catálogos, que su única misión es ofrecer algo un poco más shockeante, más vulgar, etc., porque este sistema los hace desechables. EL arte deja de ser para conformar una visión evolutiva de las sensaciones estéticas del individuo, se convierte en un consumo que se debe satisfacer como la ropa o los coches, y entre más extravagante y más caro más encumbra socialmente al comprador. Si pagan por mierda, por qué cosa no serán capaces de pagar.

Publicado en Revista Replicante